viernes, 14 de septiembre de 2007

LA EXPERIENCIA DE DIOS A LA LUZ DE LOS SIMBOLOS

Carlos Bravo en su texto Marco Antropológico de la Fe[1] afirma que “la experiencia es el acto por el cual se toma conciencia (directa o refleja) de la propia relación con el mundo, consigo mismo, con el Absoluto trascendente, inmanente, como algo vivido históricamente, realizado, no solamente pensado”[2]. Además, presenta la experiencia en diversas formas a saber, la empírica, la experimental, la experiencial o existencial. De las tres, Bravo se detiene en la experiencia existencial ya que esta es el punto culminante del proceso de humanización y señala la forma de actuar el hombre en el nivel específicamente humano[3]. La experiencia se origina cuando se capta simultáneamente la relación personal del sujeto que conoce con el objeto conocido. Por ello la experiencia en el sentido existencial, no quiere decir solamente percepción objetiva sino toma de conciencia de la relación previa del sujeto con el objeto conocido, es reflejo de una situación en la que el hombre se encuentra implicado. Supone la participación real del sujeto en el acontecimiento, lo cual implica la toma de conciencia de la alteridad del objeto conocido (experimentado).

Dentro de esta forma de experiencia, la existencial, Bravo presenta la captación-percepción, el encuentro inmediato con el objeto del conocimiento, la historicidad, la apertura, y la esperanza como elementos distintivos de la experiencia. No obstante, afirma que hay otro elemento que es constitutivo, el lenguaje. En este, "el yo adquiere su ser espiritual como presupuesto del encontrarse con el otro y de comprenderse con él y simultáneamente de comprenderse así mismo"[4]. "El lenguaje, es más que un medio para entenderse entre sujetos que estaban allí sin hablarse. En su significado propio, es la esencia del ser sujeto, del ser "yo" por excelencia. El "yo" es para el otro, no como objeto sino sólo en cuanto habla"[5]

El lenguaje, es un sistema de formas de expresión, producido por el hombre para manifestarse, hacerse entender, ordenar sus conocimientos, comunicarse, relacionarse de múltiples maneras con la realidad. Al afirmar que ha sido producido por el hombre se indica que no es "innato" sino que está constituido por signos convencionales, estructurado en un sistema con sus leyes propias como medio de expresión y comunicación. Por "medio" se entiende no un simple instrumento sino una mediación puesto que el significado es inherente al signo
[6]. El lenguaje es el medio universal en que se realiza la comprensión misma. Y la forma en que se realiza la comprensión es la interpretación, e interpretar es aportar los conceptos previos para que el texto o los conceptos se hagan lenguaje[7]

La experiencia existencial abarca los niveles más profundos de la existencia humana los cuales pueden ser no solo captados sino también valorados por el hombre. Dentro de la existencia humana hay experiencias básicas: el amor, el odio, la responsabilidad, la amistad, la alegría, la frustración, la soledad, la responsabilidad y todo aquello que le da el sentido a la vida humana. Ahora bien, estas experiencias para ser percibidas tienen que estar enmarcadas en un dato perteneciente al medio ambiente (donde hay una mediación ya que el significado es propio al signo) y que adquiere el valor de signo
[8].

Tales experiencias, se significan y se expresan a través del símbolo. Este asume las experiencias más profundas (la profundidad es una dimensión del espacio, pero a la vez es símbolo de una realidad espiritual
[9]) las expresa y las comunica. Además, es manifestación de "una experiencia no racionalizable, no tematizable, no conceptuable"[10]. El símbolo es la manera de hacer presente lo ausente, el símbolo es más comunicativo que conceptual y posee un carácter memorial (orienta la existencia). El símbolo por lo tanto, es la manera de acercar lo divino y lo humano, lo eterno y lo temporal por eso se encuentra en la frontera de estas categorías. De acá surge entonces la respuesta a la pregunta ¿Por qué el místico recurre al símbolo para dar a conocer su experiencia? La imposibilidad del enamorado de Dios para dar a conocer su experiencia existencial de lo que vivió, vive y vivirá es grande, por eso recurre al símbolo para colocar en lenguaje cercano el paso del MISTERIO DE DIOS por su existencia ya que de otra manera no lo puede hacer.

San Juan de la Cruz, primer Carmelita Descalzo de la reforma teresiana, puede ser un ejemplo fidedigno de la respuesta al interrogante anterior. El a lo largo de sus escritos recurre a los símbolos para dar a conocer su experiencia espiritual-existencial, ya que las palabras son reducidas y pocas para comunicar y dar a entender qué es lo que vive y quién lo habita. La teología de su fe pasa por el simbolismo de las "noches", de la negación de toda experiencia que no esté radicada en la pura oscuridad de la fe. Solo en la muerte nocturnal de toda experiencia imperfecta del amor de Dios, se puede encontrar a Dios mismo, alcanzable solo en esta noche luminosa de la fe. Su teología de la cruz pasa por el simbolismo de las "nadas". Para Juan de la Cruz, las "nadas" no son la muerte de los valores, son las "muertes" de las formas sutiles del egoísmo que reina en nosotros. Aparecen también los símbolos de la "montaña", "la soledad sonora", la "música callada", la "llama" y las "nupcias"
[11]. Juan de la Cruz en virtud de ser un místico es un poeta y al serlo su espiritualidad está cargada de símbolos y estos son más ricos que las nociones.

Todo este conjunto de símbolos son expresiones de la libertad espiritual. Son experiencias de presencia, de plenitud, de amoroso encuentro con el MISTERIO DE DIOS. Son símbolos de unión, de amor, de la libertad del espíritu que ya es capaz de entregarse con un amor gratuito, ya que la gratuidad en el amor, el no buscarse ya a sí mismo es la forma suprema de la entrega a Dios y a los demás.

En suma, los símbolos nos permiten descubrir a la manera humana el paso del MISTERIO DE DIOS por nuestra vida.

[1] Bravo, Carlos, El Marco antropológico de la Fe, Bogotá, 1992, Publicaciones Universidad Javeriana, Págs 34-54.
[2] Ibídem 1, Pág 34.
[3] Ibídem 1 Pág 37.
[4] Joseph Simon, Sprachphilosophie, Verlag Karl Alber, Freiburg-München, 1981, Pág., 17.
[5] Joseph Simon, op. cit., pág., 184.
[6] Ibídem 1, Pág., 43.
[7] Ibídem 1, Pág., 45
[8] Ibídem 1, Pág., 47
[9] Tillich, Paul, La dimensión profunda, Bilbao, Ed. Desclée. Pág., 107.
[10] Ibídem 1, Pág., 48.
[11] Galilea, Segundo, OCD, Revista vida espiritual #54, La libertad radical en la espiritualidad de san Juan de laCruz, Ed. Inter 2000, Pág.,84.

Ferney Correa Flórez

ferneycorrea@gmail.com

LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL MUNDO DE HOY

En un mundo tan convulsionado y tan contradictorio al plan salvífico del Dios de Jesucristo, y en un país como Colombia, habitado por la guerra, la pobreza, el odio, el rencor y las muchas necesidades básicas insatisfechas que existen para los pobres y excluidos de la sociedad, se hace necesario hacer viva y real la experiencia de Dios que cada hombre y mujer creyente en Jesús de Nazaret vive y cultiva en lo interior de su corazón, es decir, se hace obligatorio patentizar con el testimonio y con la propia vida, lo que de experiencia de Dios se ha vivido, ya que el mundo de hoy necesita del testimonio de los que en algún momento de su vida han decidido hacer una experiencia de este estilo para descubrir sí verdaderamente existe y es real aquello en lo que se cree. Todo esto, debido a las dudas con la cuales se van encontrando en su proceso de vida cristiana, pues el Dios creador es y será por siempre un misterio, al cual podemos acceder por medio de su Hijo Jesucristo, quien lo expresa de esta manera: “Quien ve al Hijo, ve al Padre.” Y un Dios extraño al mundo no es experimentable, ya que el acontecer de Dios siempre es dentro del mundo, el se hace fenómeno, es decir, se hace mundo y vive dentro del mismo mundo: “Si Dios está realmente en todas partes. Pero no es un fenómeno captable como los demás fenómenos intramundanos. Dios es el Misterio que se entrega siempre, pero que también se reserva; que siempre se revela y siempre se vela; que se comunica, pero sin confundirse con el mundo.”[1]

Todos los días se hace más urgente evidenciar signos que hablen de futuro, de paz entre los hombres, de lugares de encuentro y de amistad, de espacios de diálogo y reconciliación. Todos los días se nos está reclamando un testimonio que como antorcha se eleve sobre la realidad en la que estamos, y se convierta en una luz que pueda señalar la forma como debemos vivir los cristianos para ser verdaderos testigos de la experiencias de Dios en el mundo y de nuestra norma de vida -el evangelio-, el cual nos permite moldear nuestra vida y acciones según el estilo de vida de Aquel que es el misterio de la humanidad y que muchas veces se hace el encontradizo en la búsqueda ansiosa que inicia el ser humano por conocerlo.

Antes de entrar a tratar algunos tópicos sobre la revelación de Dios en la humanidad, se hace necesario saber un poco sobre la procedencia del nombre de Dios, ya que éste es el misterio del cual hablaremos a lo largo de todo este texto: “El sentido originario de la palabra “Dios” surge, no precisamente a través de una afirmación o negación de toda representación de Dios, sino cuando se intenta pensar desde una dimensión más original y más honda que la elabora dichas representaciones.”
[2] Dios es en primer lugar, es un término que sirve para designar algo. La palabra es un término que presupone en la mente del ser humano una idea, es por es que nos atrevemos a decir que todos los atributos de Dios han sido creados por el mismo hombre, por eso la esencia de Dios no es otra cosa que la misma esencia humana, es Dios la proyección del mismo ser humano, podríamos decir que el Dios de Jesucristo es el mismo en el cual el hombre ha aprendido a pronunciar y descubrir su propia esencia.

Antiguamente se consideraba, que para llegar a una experiencia de Dios se accedía a ella por el solo hecho de asumir una actitud piadosa ó una serie de tratados teológicos, bien lo expresa el teólogo de la liberación Leonardo Boff, en su libro Testigos de Dios en el corazón del mundo: “Hablar de experiencia de Dios significa ya asumir una postura crítica dentro de la crisis general de nuestras representaciones sobre el misterio de Dios. Épocas hubo en que se llegaba a una verdadera experiencia de Dios con sólo ponerse en contacto vital con las doctrinas teológicas trasmitidas por la religión y sancionadas por la sociedad.” La experiencia de Dios no puede ser una experiencia directa, Carlos Bravo nos habla de Dos tipos de experiencia: La sensible y la experimental.

En el mundo interno y fenoménico no hay experiencia de Dios, al parecer toda experiencia de Dios no es directa, siempre va ha estar mediada por la realidad, entonces: Qué podríamos decir de la experiencia de los místicos cristianos, como la de santo Domingo de Guzmán, santaTeresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Ignacio de Loyola o santa Teresita del Niño Jesús, entre otros muchos místicos apasionados por Dios que han demostrado a través de sus escritos que su experiencia es mediada en cuanto que se da en un espacio-temporal.

Bravo al hablar de experiencia existencial, dice que es una experiencia inmediata, mediada, dada por los sentidos ó en relación de… la experiencia existencial es un acto hermenéutico, cuando se experimenta algo que no es, se interpreta a través de las preguntas, se hace una serie de valoraciones para luego tomar una decisión, a todo esto lo podríamos denominar, como un acto de la hermenéutica

Ahora bien, no podemos olvidar que toda experiencia de Dios que realiza el ser humano lo conduce al misterio insondable, al misterio que es y sigue siendo oculto para el hombre y el mundo de hoy, un misterio en el cual no alcanzan las palabras para expresar lo que se siente y se vive en una experiencia de búsqueda de la verdad, ya que el mismo misterio por todo lo que encierra no permite que muchas veces se logre leer y captar lo que se pretende, pues pareciera que se hace inefable. Dios es absolutamente trascendente a todo lo que existe o puede existir; es decir, Dios lo penetra todo y está en todo, sabe el movimiento de cada uno de los seres humanos, él no se limita a nada, ya que él desde toda la eternidad ha estado más allá de lo que se puede pensar, bien lo dice san Agustín de Hipona en su libro de las confesiones: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo.” Con esto que nos cuenta Agustín, podemos decir que de Dios nunca salimos, ya que desde siempre estamos en él. Pero él está más allá de todo.

Diego Andrés cortés Saya ocd.

[1] BOFF, Leonardo. Testigos de Dios en el corazón del mundo. Pg. 54.
[2] IBID. Pg. 50.

jueves, 13 de septiembre de 2007

DE DIOS NOS HABLA LA RELIGION Y LA TEOLOGIA...

Toda experiencia de Dios debe ser razonable, es decir debe pasar por la rejilla de su comunicabilidad, tener la característica de ser comprendida por otros al ser escuchada. Si bien es cierto que no necesariamente toda comunicación de ella llevará al otro a la fe, porque esta misma es una experiencia personal, contextuada en unas situaciones bien definidas que sólo afectan a quien la ha vivido. Es claro que la posmodernidad ha llevado “in extremis” esta vivencia a los confines de lo privado, la posibilidad de narrar dicho entramado hace que esta pueda pasar a un plano de lo comunitario, de lo colectivo como colegiado, no como uniformidad. La pregunta por Dios pasa siempre por el ámbito de lo razonable, aun en el caso de quienes lo niegan, todos se hacen de alguna manera y de algún modo el cuestionamiento de si Dios puede ser pensado, y si es pensado qué es lo que pensamos de él, qué fijaciones y qué proyecciones elaboramos sobre él. No voy a afirmar que las negaciones son afirmaciones implícitas, pero es claro que siempre será un referente de comprensión del devenir del mundo y de la historia. Pensar en Dios es por tanto razonable, no tanto porque la razón humana pueda dar cuenta de él, sino porque se puede preguntar por él de un modo razonado, y alguna respuesta es factible dar, aunque necesariamente no sea satisfactoria

Lo que decimos de Dios estará siempre enmarcado en los límites de un lenguaje que es finito, hemos buscado, desde el inicio de la pregunta por Dios, desde los orígenes mismos de la filosofía, achacarle unos atributos que se opongan proporcionalmente a nuestra finitud, a esta experiencia de una carne que es débil, que se enferma, que no alcanza todo lo que se propone, nuestro lenguaje ha subido más allá de las nubes para colocar a Dios en una esfera que sea intocable para nosotros. Pero aún así nuestro lenguaje es un reflejo de una búsqueda, no es simplemente una proyección al estilo de Feuerbach, donde el hombre frustrado dibuja el sueño inalcanzable de lo que nunca llegará a ser, esa finitud, logra más bien, que la percepción que podemos tener de Dios sólo pueda ser descrita en términos de la limitación, aun cuando utilicemos palabras grandilocuentes y que lo que narramos de él se halla desde nuestras propias posibilidades. El lenguaje simbólico ha dado más cuenta de Dios que las mismas elaboraciones metahistóricas y metafísicas, en donde lo atronador del discurso, se queda en la megalomanía de una retórica ya trasnochada. El hombre religioso es el hombre simbólico que trata de hablar de la infinito desde categorías limitadas pero que siempre conservarán en su interior un horizonte del que nunca podrá dar cuenta de modo total y definitivo pues siempre quedará faltando algo.

El afán fideista por dar cuenta de Dios, siempre mirará con desdén los relatos que de la filosofía hace Dios, pues pareciera que el Dios del que hablan los filósofos no es el mismo de la Revelación, es más pareciera que se hablara de Dios como un objeto de laboratorio del que se discute si puede ser estudiado o no. El interés de la filosofía será otro que el de la fe, será el del raciocinio, el de las preguntas por las cosas que dan sentido a la existencia, sin embargo eso en ningún momento puede negar su posibilidad de complementar la fe en tanto que cuestionar es fruto de quien posee inteligencia. La filosofía, explora, elabora, pregunta hasta conformar horizontes de comprensión que nos permitan mirar lo que está allí frente a nosotros. Al problematizar a Dios, éste se transforma en núcleo inteligible de lo humano. Los reproches de la filosofía son también los cuestionamientos por el proceder sobre el cómo se cree, cuáles son las consideraciones éticas y vitales de quien dice ser creyente, hasta dónde esa forma de ver el mundo es contradictoria con la razón o no. Desde la filosofía no se convence a nadie para creer y tampoco para lo contrario, aunque esto último sea más factible, pero es posible dar unos márgenes abiertos para el pensar nuevas posibilidades de cómo Dios es dable en los innumerables senderos de la vida humana.

Lo que se puede narrar de la experiencia de Dios, cuando está llega a unos límites de profundidad insospechados, es el lenguaje de la mística, que no es otro más que el de la pasión. Había dicho en uno de los comentarios anteriores que los símbolos dan cuenta de alguna manera de lo que uno ha vivido, pero el lenguaje de lo místico por ser “passio” “pathos”, padecimiento es una manera de expresar lo divino de forma no coloquial, es decir con el arraigo del que siente que su inteligencia ha sido superada por las fuerzas del corazón. La filosofía existencial, aun la no creyente como la de Cioran, se ha preguntado por las fuerzas de la mística, como esa razón poderosa que da más razón de Dios que cualquier argumento teológico. No se trata de acudir al sentimiento para explicar lo inexplicable. Es la fuerza moral que aun subyace en la debilidad humana aún por encima de lo inteligible. Hallar a Dios es cuestión de encontrar un tesoro que sólo tiene validez incalculable para aquellos que lo andaban buscando.
Para el desarrollo de este artículo se tomó como texto base: Dios hoy: ¿Problema o misterio? De N. Kutschki.

Victor Hugo Arias Castañeda. sdb

vhsdb21@gmail.com