sábado, 3 de noviembre de 2007

EL ESPÍRITU SANTO: UNA DE LAS MANOS CON QUE EL PADRE NOS TOCA

Leonardo Boff, en su libro “La Trinidad, La Sociedad y La Liberación” afirma que la teología, enfrentada con el misterio inefable, sufre por el reconocimiento de la insuficiencia de nuestros conceptos y expresiones humanas. Aplicados a la Trinidad, nuestros términos tienen un significado analógico e indicativo; esconden más de lo que revelan, aunque lo revelado corresponde aproximadamente a la realidad divina[1].Por eso, ante el enorme misterio de la comunión y la relación trinitaria tenemos que callar. Pero callamos solamente al final de un esfuerzo por hablar lo más adecuadamente posible de esa realidad divina para la que no existe ninguna palabra adecuada ni propia ya que las palabras y los pensamientos se oscurecen en la mente. Pero, como asevera Boff, la alabanza enciende el corazón, y la adoración hace doblar las rodillas[2]. Y quien plenifica estas dos actitudes es el Espíritu Santo, dado que procede del Padre y del Hijo.

Y para que se de la adoración y la alabanza, debemos recordar que la Trinidad es un misterio que se nos ha comunicado para nuestra salvación, para que, penetrando aunque sólo sea un poco en la realidad divina, nos veamos liberados e insertos en la vida eterna. Pero si entendemos la naturaleza divina, como perijóresis eterna de las personas, como amor y comunión intrínseca a los divinos únicos, entonces resultará más fácil representarnos la unidad que garantiza esa naturaleza; será siempre un concepto trinitario, como la unión de las personas entrelazadas entre sí en comunión eterna. Dios es uno, jamás está solo; es siempre con-vivencia y co-existencia de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los tres existen originalmente, revelándose entre sí, reconociéndose recíprocamente y autocomunicándose eternamente
[3]. Esto nos hace ver la Trinidad en su dimensión salvífica y quita de nuestro lado todo camino herético[4] que nos separa de la comunión y de la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

EL ESPÍRITU SANTO PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO

Desde la concepción joánica y paulina, el Espíritu nos permite descubrir a Jesús como Hijo de Dios y nos permite llamar Abbá al Padre. El Espíritu Santo constituye la fuerza activadora de Dios en la historia y su obra está en revelar al Hijo y en hacer actual su gesta liberadora. El acceso al Hijo se da por el Espíritu. Por eso, es llamado el Espíritu de Cristo (Rom. 8,9). El Espíritu constituye el ambiente, el espacio que favorece el encuentro del Hijo con los bautizados formando con él un solo cuerpo (1 Cor 12,13). Este Espíritu es, a la vez, aquel que sondea las profundidades del Padre y nadie ha conocido lo que hay en Dios sino el Espíritu de Dios (1 Cor 2,11).

El Espíritu nos conduce a Dios reconocido como Abbá ya que el Espíritu sale del Padre (Jn 15,26), el Padre nos lo envía y nos lo da a petición del Hijo (Jn 14,16). El Espíritu nos da acceso al Hijo, porque el Hijo nos lo ha enviado (Jn 16,8) de parte del Padre (Jn 15,26). En consecuencia, el Espíritu se encuentra siempre junto al Padre y el Hijo y mediante la permanente repetición del mensaje de Jesús y en virtud de la apertura al Padre, nos introduce cada vez más en el misterio trinitario
[5]. El Espíritu Santo por lo tanto, hace comprender la comunión y la relación de la y en la vida trinitaria.

Cabe recordar que en hebreo, espíritu es ruah, y en griego es pneuma. Ambos términos están unidos a procesos vitales que significan soplo, viento, vendaval, huracán. Inicialmente el Espíritu no es concebido como persona sino como fuerza divina y original que actúa en la creación, moviéndose en los seres vivos y actuando en la humanidad. El Espíritu Santo surge como la fuerza de lo nuevo y como una renovación de todas las cosas. Así él está presente en la primera creación (Gén 1,2) y en la creación definitiva que se inauguró con Jesús. El Espíritu Santo a la vez, reside en ser la memoria de la práctica y del mensaje de Jesús, y reside también en la liberación de las opresiones de nuestra situación de pecado por eso dirige el curso de la historia…renueva la faz de la tierra, está presente en la evolución humana
[6].
En suma, Él es el que hace romper los horizontes que encarcelan la vida, rompe las cadenas mediante las prácticas de liberación de los oprimidos, y mantiene viva la esperanza de un mundo sin dominaciones y dirigido por la justicia y por la fraternidad[7].

[1] Boff, Leonardo, La Trinidad, La Sociedad y La Liberación, Ed., Paulinas, 1987, Pg., 15.
[2] Ibid 1, Pg., 14..
[3] Ibid 1, Pg., 16.
[4] Caminos que surgieron en los primeros siglos de nuestra era. Como el modalismo: donde se enseñaba que Dios era indivisible, que en Él no había comunión de tres personas y lo que existía era la unicidad divina que se proyectaba por medio de tres modos diferentes. El subordinacionismo: donde se enseñaba que Jesús estaba subordinado al Padre. El triteísmo: Se afirmaban y se se aceptaban las tres divinas personas pero como tres substancias independientes y autónomas donde no hay relación ni comunión.
[5] Ibid 1, Pgs., 48-49.
[6] GS 26.
[7] Ibid 1, Pgs,. 237.
Ferney Correa Flórez
fcorrea@javeriana.edu.co




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